Hay un momento que muchos conocemos bien: el instante justo antes de publicar nuestro primer video, de mostrarle a alguien ese dibujo que nos costó horas, de dejar que lean ese poema que escribimos en secreto. Antes de enviar un portafolio, presentarse a un casting, abrir una cuenta de arte, compartir una novela que aún no está terminada. Ese segundo en el que el corazón late más fuerte, las manos sudan, y una voz interna susurra que tal vez no es suficiente. Que tú no eres suficiente.
Ese miedo —al juicio, al rechazo, al fracaso— es una sombra que acompaña a cualquiera que crea. Es silencioso, a veces insistente, y aparece justo cuando estamos a punto de dar un paso importante. Nos hace dudar, aplazar, escondernos. Nos dice que es más seguro no intentar, que es mejor evitar la vergüenza que podría venir si nos atrevemos.
Pero aquí va una verdad que no se dice lo suficiente: el miedo al fracaso no desaparece nunca. Aprendemos a caminar con él, no a eliminarlo.
Y eso, lejos de ser una debilidad, es parte del proceso creativo. De hecho, es una de las mayores pruebas que enfrenta un artista: crear a pesar del miedo.
Muchos talentos se quedan en la sombra no porque no sean buenos, sino porque nunca se permitieron ser vistos. Porque esperaron sentirse “listos”, “perfectos”, “preparados”. Pero lo cierto es que esos momentos casi nunca llegan. Siempre habrá algo que podría estar mejor, algo que da miedo mostrar.
Lo importante no es eliminar ese miedo, sino usarlo. Dejar que sea una señal de que vas en la dirección correcta. Porque si te da miedo, probablemente te importa. Y si te importa, entonces vale la pena.
El fracaso es un camino, no un final. Cada intento fallido nos enseña algo, nos moldea, nos afila. Nos vuelve más conscientes de lo que queremos decir y de cómo queremos decirlo. Nadie nace con el talento completamente pulido. El arte se entrena, pero también se arriesga. Y para que algo crezca, tiene que salir de ti.

¿Y cómo empiezo si me da miedo?
Aquí van algunos consejos para ayudarte a atravesar esa barrera:
- Comparte en espacios seguros primero. Muéstrale tu trabajo a alguien que te apoye y te dé una mirada sincera pero compasiva. No necesitas debutar frente al mundo entero.
- Crea sin expectativas. No todo lo que hagas tiene que ser una obra maestra. Algunas cosas solo existen para entrenarte, vaciarte, prepararte. Y eso también tiene valor.
- Recuerda por qué empezaste. Cuando el miedo gane terreno, vuelve al origen. ¿Qué te mueve? ¿Qué disfrutas? Esa motivación vale más que la opinión ajena.
- Acepta que no puedes controlar la reacción de los demás. Aunque no podamos decidir si a alguien le gusta o no nuestro trabajo, sí podemos decidir qué hacer con nuestras creaciones y cómo nos permitimos crecer a partir de ellas.
- Cambia la narrativa del fracaso. Fracasar no es sinónimo de perder. Es una señal de que te arriesgaste, de que te atreviste, de que estás en movimiento.
- Hazlo igual, aunque tengas miedo. No esperes a que se vaya. Empieza con el miedo al lado. Publica esa foto, envía ese casting, comparte ese poema. Y luego, hazlo otra vez. Y otra.
Mostrar tu trabajo es un acto de valentía
No porque garantice aplausos, sino porque afirma tu derecho a existir como artista, con tus errores, tus dudas, tu humanidad.
Y si alguien te juzga, que lo hagan. Esa no es tu batalla. Tu batalla es con la versión de ti que aún tiene miedo de ser vista. Tu batalla es contra la idea de que no eres suficiente. Porque lo eres. Y no porque todo lo que hagas sea perfecto, sino porque tu mirada es única. Y eso basta.
Así que no te detengas. Muestra tu obra aunque tiemble tu voz. Aunque sientas que no es el momento. Aunque pienses que podrías fallar. Porque sí, podrías. Pero también podrías volar.