¿Qué podemos aprender de la historia de Mon Laferte?
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¿Qué podemos aprender de la historia de Mon Laferte?

En un mundo lleno de competencia, saturado de voces, estilos y mensajes, destacar en la industria musical puede parecer casi imposible. Hay artistas con el foco encima. Y hay otros que caminan años en silencio, construyendo su voz en bares vacíos, cuartos compartidos y ciudades desconocidas.

Mon Laferte fue de las segundas.

Norma Monserrat Bustamante Laferte nació el 2 de mayo de 1983 en Viña del Mar, Chile. Criada por su madre y su abuela, creció en un hogar de pocas oportunidades, rodeada de música, pero también de silencios que duelen. Desde muy joven mostró su pasión por el arte: cantaba en concursos escolares, aprendió a tocar la guitarra y contaba sus vivencias de la mejor forma que sabía hacerlo: mediante la música.

El camino no fue fácil

No es una historia perfecta. Es real. Y por eso importa.

Empezó a cantar en bares y plazas, buscando cada oportunidad para compartir su arte. No sabía si la iban a escuchar, si realmente lograría algo con todo esto. Pero siguió. Porque sabía que su voz no podía quedarse encerrada para siempre.

Y sí, en este proceso conoció a personas valiosas que la acompañaron, que hicieron el camino más amable y le entregaron enseñanzas invaluables. Pero también se cruzó con quienes marcarían su historia de forma dolorosa. Se enamoró de alguien mucho mayor, alguien que decía poder llevarla al éxito. Una relación que terminó siendo abusiva. Aprendió, como tantas personas muy jóvenes, lo que significa amar desde la dependencia, confundir control con cuidado y perderse a una misma por intentar complacer a otro.

Pero Monserrat salió adelante

Luchó por lo que quería y aprendió a buscar sus propias oportunidades.

Esa parte no siempre se cuenta. Pero existe. Y deja huella.

Encontró su primera gran vitrina en el programa chileno Rojo Fama Contrafama, donde no pasó desapercibida. Su voz —capaz de transmitir cada nota como si la viviera en carne propia— y su actitud voraz, magnética, la hicieron imposible de ignorar. Era la oportunidad perfecta, y todo un país se enamoró de ella. De allí surgió su primer sencillo: La Chica de Rojo.

El éxito estaba a la vuelta de la esquina. Finalmente, el sueño se asomaba como algo posible.

Sin embargo, y tras cuatro años de colaboración con el programa cazatalentos, Monserrat decidió dar un giro radical: dejarlo todo e irse a México. Sin contratos, sin promesas, sin red de seguridad. Llegó a la Ciudad de México con su guitarra, unos discos grabados por ella misma y una sola certeza: no mirar atrás.

Y esta es una de las grandes lecciones de su historia: atreverse a comenzar de nuevo, incluso cuando vienes rota. Incluso cuando el pasado pesa. Monserrat se atrevió a seguir creando, aun cuando el camino no prometía nada.

No fue fácil. Durante un tiempo, tuvo que viajar cada fin de semana de Ciudad de México a Veracruz para cantar covers en un bar. Largas horas de trayecto, pocas garantías, mucho cansancio.

Todos hemos estado ahí: en ese punto donde nada parece avanzar, donde sentimos que nadie nos ve. Donde nos preguntamos si realmente tenemos algo que decir.

Monserrat vivió años así. Y no dejó de escribir. No dejó de cantar.

No dejó de intentar

Fue audaz y auténtica. Cambió su nombre como acto de renacimiento y dejó el pop cómodo para abrazar un sonido más suyo, más crudo, más real. Mon nos enseña que ser fiel a uno mismo, aunque duela, es el primer paso para construir algo que de verdad importe. Su autenticidad, su vulnerabilidad, su rabia y ternura a la vez son parte esencial de la conexión que tiene hoy con millones de personas.

En un mundo que aún le exige tanto a las mujeres para ser escuchadas, Mon Laferte se ha hecho oír. Y no solo con su voz, sino con su historia. Con su decisión de mostrarse tal cual es, aunque la juzguen, aunque le duela, aunque tiemble en el intento.

Y eso, quizás, es lo más valiente que se puede hacer como artista.

Porque a veces hay que abrirse camino con las manos desnudas. Inventar la ruta. Apostar por una voz que aún nadie entiende del todo, ni siquiera tú.

Mon no se moldeó a lo que pedían los demás. Se encontró a sí misma en el proceso.

Cantó sobre el dolor, el abuso, el cuerpo, el deseo, el amor en sus formas más luminosas y más oscuras. Denunció con su torso desnudo, con palabras que queman, con canciones que atraviesan. Se mostró completa. Real. Humana.

Y así se convirtió en lo que hoy conocemos: una artista que llena estadios, que tiene Latin Grammys, que está en boca de millones.

Es fácil admirar a la Mon Laferte que vemos ahora: segura, consagrada, fuerte. Pero lo realmente valioso es recordar quién fue cuando aún no era Mon Laferte, sino Monserrat: una joven con una voz distinta que decidió no moldearse para encajar.

Y es importante conocer su historia, pues hay una parte de Mon que vive en cada artista que crea desde la incertidumbre.

En cada persona que escribe canciones que aún no suenan en la radio.

En cada poema no compartido.

En cada intento que aún no florece.

Crea cuando nadie aplauda, escribe cuando nadie lea, exprésate cuando nadie escuche. Porque crear ya es un acto de valor.

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